Decidí que hasta aquí habíamos llegado y le planté para comer un plato lleno de pelos, con una nota que ponía “Primer plato: pelos”. Mi marido no ha vuelto a dejar pelos en el lavabo, gracias. Mantengo una leve esperanza de que el cambio obrado se mantenga en el tiempo y no tener que volver a discutir, echarnos en cara cientos de cosas hasta los primeros días de nuestra relación, en esa lucha que tan bien se nos da de “pues tú también, tú más”. A veces me da la sensación de que volvemos a la infancia, a aquellas peleas del “y tú más” donde carecíamos de los recursos emocionales y madurez para afrontar la responsabilidad de los propios errores… A veces me parece que no hemos madurado demasiado. La convivencia con mi pareja se convierte a menudo en un ring donde luchamos retorciendo los argumentos de la otra persona, escuchamos solo para rebatir, exprimiendo las neuronas para encontrar algo que decir cuando no tenemos razón, algo que no sea “tienes razón”.
Estaba harta de los pelos en el lavabo, sé que no cuesta nada quitarlos, pero a él le cuesta lo mismo que a mí, y espero que haya entendido que no soy su criada, que en ningún momento actuaré como tal, pero que tampoco voy a aceptar que nuestra casa esté hecha un desastre. Y he aquí la nueva discusión: ¿Quién decide lo que está limpio y recogido? Mi marido percibe la limpieza y el orden con unas gafas distintas, no conseguimos ver lo mismo cuando miramos lo mismo, es curioso… He aceptado que nuestras expectativas son diferentes, él alcanza el bienestar y la calma más fácil que yo en un entorno desordenado y sucio, tiene esa capacidad, envidiable por otro lado. ¿Y yo he de currar el doble? “Si tanto te molesta límpialo tú” me dice. Por eso finalmente he llegado a donde he llegado, no limpio nada suyo, no lavo su ropa, y lo último ha sido el plato lleno de pelos.
Nos reímos, y hablamos. Le expliqué hasta qué punto mi malestar, que estaba agobiada, decepcionada, desilusionada, le dije la verdad, que cuando él colabora tengo más ganas de que me toque, de hacer el amor… Esto no se lo había comentado antes, yo misma no era consciente hasta hace poco, cuando fui a una terapeuta de parejas, sin que él lo supiera. Aunque luego se lo dije.
La terapeuta me entendió y dijo que la falta de deseo sexual puede tener muchas causas, una de ellas es la falta de comunicación y de sensación de equipo con la pareja, cuando percibimos distancia y falta de consideración o cariño en alguna faceta de la relación. Lo sexual es delicado y se resiente, las emociones juegan un papel fundamental motivando o bloqueando el deseo, la excitación, los orgasmos…
Por eso le puse el plato lleno de pelos, un golpe de humor para mover lo que en el fondo sé que tenemos, el cariño, la complicidad… tapado por capas de años de convivencia y las tensiones habituales. Un poco de esfuerzo porque sé que esto merece la pena, por lo menos intentarlo…