SUPERAR EL «EFECTO HIJOS»

              Creo que no hemos sabido mantener el equilibrio. Recuerdo aquellas charlas que nos dieron antes de casarnos, el curso prematrimonial, donde insistían en que el amor es como una planta que hemos de regar cada día para que esté fuerte y sana, para que no muera. Mi novio y yo nos mirábamos cómplices y veía tanto amor en esos ojos… sinceramente pensaba que nuestra planta era imperecedera, ¿cómo iba a desaparecer aquel sentimiento tan fortísimo?

                Durante tres años fue así. Eramos un equipo perfecto donde se respetaban los espacios personales y se gozaban los momentos de pareja, y el sexo por supuesto, ¡cómo disfrutábamos! Teníamos clarísimo que nuestro amor era indestructible y que podíamos afrontar juntos cualquier dificultad, resolver problemas, lo que sea… Por eso quisimos tener hijos, sabíamos que iría bien. Tardamos un poco en quedarnos embarazados, lo cual aumentó nuestro ya intenso deseo de ser padres. Y al fin llegó nuestro corazoncito, precioso bebe. Al año siguiente, la nena. Ya lo teníamos todo.

                Me resulta duro aceptar que la llegada de estos pequeños y maravillosos seres, a quienes más amo en el mundo, ha desencadenado la separación con mi pareja. Supongo que olvidamos lo de “regar la planta”, seguíamos creyendo que no hacía falta, fue nuestro error. Porque los hijos dan y quitan, dan mucho y quitan mucho. Dan una felicidad y un sentimiento de amor que no se parece a nada, pero quitan tiempo y energía. La verdad es que sigo queriendo a mi pareja pero nos hemos alejado tanto que dudo si esto tiene arreglo.

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               LA RELACIÓN DE PAREJA NECESITA TIEMPO Y ENERGÍA. TIEMPO PARA MIRARSE, PARA COMPARTIR RATOS DENTRO Y FUERA DEL HOGAR SOLOS/AS LAS/OS DOS, PARA EL SEXO… CUANDO LLEGAN LOS HIJOS CONSUMEN MUCHO TIEMPO, EVIDENTEMENTE SON LA PRIORIDAD DE MODO QUE ESOS RATOS DE PAREJA COMIENZAN A CONSIDERARSE LUJOS PARA DE VEZ EN CUANDO, O FINALMENTE DESAPARECEN. ES UN PROCESO TAN COMPRENSIBLE COMO PELIGROSO DONDE TODO EL MUNDO PIERDE… Y EN PRIMER LUGAR LOS NIÑOS.

                 Ocurre que la dedicación a los hijos consume energía física y mental, nos preocupamos de su bienestar y hay infinidad de detalles que cuidar, nos cansamos, terminamos el día agotadas/os. Trabajos, hijos/as, casa… es mucho, un estrés que emocionalmente nos afecta y somos más susceptibles al enfado. ¿Con quién descargamos? Evidente, con la pareja. Si en una relación aumenta la tensión negativa y disminuye el flujo de energía positiva, el resultado es claro: un deterioro progresivo. Simples matemáticas. Suele pasar que uno de los dos se queje de lo que les está ocurriendo, que tienen poco sexo, pocos ratos para ellos solos… pero el agotamiento persiste y las buenas intenciones no pasan de ahí, máxime cuando el equipo ya está resentido, ambos sienten que el otro no les comprende y se cierran.

               Veo y trato muchos casos así, llegan dolidas/os, con ira y frustración; relaciones en su día maravillosas  que hoy penden de un hilo. A veces es una labor de «cirugía» complicada volver a unir para que fluya el amor, las terapeutas abrimos, limpiamos, cortamos, cosemos… No hay anestesia y les duele tocar algunos puntos, aceptar, reconocer, renunciar a ciertas cosas, comprometerse a otras… pero merece la pena. Para dejarlo siempre hay tiempo.

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